Voy a hacer una serie de entradas dedicadas a los ingredientes que utilizo en el taller y, cómo no, empezaré por la caléndula, puesto que fue la primera planta con la que experimenté cuando me inicié en este mundillo.
La historia de la caléndula se remonta a los griegos en el área del Mediterráneo pero ya era utilizada con anterioridad por hindúes y árabes.
El uso medicinal del «botón de oro» es altamente conocido y se habla de él en una orden emitida por Carlomagno en la cual reclama el cultivo de diferentes plantas medicinales y aromáticas entre las cuales está la solsequiam, identificada actualmente como Calendula officinalis.
Se cultiva en Europa desde el s. XII, sobre todo en el sur, ya que necesita clima templado, y se considera una flor con acción antiinflamatoria y un gran poder cicatrizante cuando se aplica de forma tópica.
Es un gran emoliente ya que suaviza, tonifica e hidrata la piel.
Personalmente, la forma en que más me gusta utilizar la caléndula es macerada en aceite de almendras dulces, pero también la utilizo molida o en pétalos secos para mascarillas y jabones.
El aceite de caléndula es ideal para pieles delicadas, para bebés, niños y personas con la piel atópica.
Se puede utilizar para hacer masajes, o mezclarlo con ceras y mantecas para hacer bálsamos y ungüentos.
En Taller de Alseide la utilizo para hacer el jabón Tendresa, un jabón para pieles delicadas, y también en la línea Dør till Valhöll, tanto en el aceite como en el jabón de afeitado.
Las historias y leyendas mágicas unidas a la caléndula son muchas en todo el mundo. Se cuenta que si esparces sus pétalos bajo la cama, protege de los males del mundo y consigues que tus sueños se hagan realidad. También se dice que si llevas una flor de caléndula en tu bolsillo tendrás la justicia de tu parte.
Lo que sí que es seguro es que las propiedades medicinales de la caléndula son un regalo de una pequeña florecilla que crece espontáneamente en los campos…